Volumen 4, No. 2, Art. 19 – Mayo 2003
Reivindicando los objetos: Por una investigación con sabor
Marisela Hernández
Resumen: Las páginas que siguen sustentan y defienden una actitud ante la investigación fundamentada en la sensibilidad, bajo el supuesto de que sujeto y objeto se necesitan mutuamente para existir, ya que están hechos de la misma sustancia. Sin embargo, y como mero recurso retórico, se hace énfasis en la sustancia objetual de la relación, buscando recobrar para ella el espacio, la fuerza y la dignidad disminuidas por la hipertrofia de la sustancia subjetual. Se muestra cuán larga ha sido la desvalorización de los objetos por parte de interpretaciones oficiales del mundo, aunque dicha desvalorización (¿temor?) haya coexistido con una gran seducción por parte de los mismos. Se plantean las implicaciones epistemológicas, metodológicas y éticas de esta reivindicación, para la investigación en ciencias sociales.
Palabras clave: investigación social, estética y ciencia social, subjetividad-objetividad
Índice
1. Introducción
2. Lo que objeto significa
3. Los objetos, seres malditos
4. Los objetos, no tan malditos
5. Preguntas
6. Entonces, ¿cómo sería una ciencia social objetual, sensible, figurativa, primaria?
Este texto contiene impresiones y preguntas en torno a perspectivas y valoraciones sobre los objetos, planteadas por el pensamiento occidental en general y las ciencias sociales en particular, suponiendo que lo que en éstas ocurre tiene mucho que ver con lo que sucede en otros ámbitos como la filosofía, la religión, las artes y por supuesto, la vida cotidiana. No es un texto coherente que pretenda resolver asuntos ni concluir en torno a nada; pero sí trae preguntas que buscan movilizar afectos y argumentos, y está conciente de que se trata de un tema tradicionalmente mejor abordado por la filosofía, la literatura o las artes, pero que ha de traérsele a la ciencia social dadas las implicaciones que tiene en los quehaceres epistemológicos, teóricos y metodológicos de esta última. [1]
Las páginas siguientes se escriben desde el símbolo y sus dos caras: la figura y el sentido (GARAGALZA, 1990) aunque, dado el interés por destacar los objetos, se hace especial énfasis en la figura o la cara sensorialmente significativa, concreta, tangible; figura y sensación se tocan y se confunden, pues a su vez, se dice que la sensación es figurativa, plástica y sorpresiva (GURMENDEZ, 1993). Gracias a esa confusión, uno toca con la mano y también con el espíritu (KANDINSKY, 1995); mano y espíritu unidos en lo que CADENAS llamaría realidad y ZUBIRI, actualidad.
"La palabra realidad, como toda palabra, hace pensar en un ente, en algo que está fuera y que podemos captar con nuestras facultades, cuando el sentido que tratamos de darle no es ése, sino más bien el de totalidad, una totalidad en que va incluido el llamado sujeto (...) una disolución del sujeto y por tanto del objeto, que se funden en un solo hecho, la pura relación (...) relación cuyos términos desaparecen para dar paso a algo que supera la simple confrontación sujeto-objeto" (CADENAS, 1979, p.25 y 26). [2]
Un aroma similar desprende la noción de actualidad:
"El hombre se enfrenta con todas las cosas como realidades; tiene esa habitud que llamamos enfrentamiento con la realidad. Y la habitud consiste en hacer que las cosas queden en cierta manera presentes al hombre. Recíprocamente, las cosas así presentes al hombre quedan en cierta forma, según el modo de hacerlas presentes. Pues bien, a ese modo de quedar es justamente a lo que llamo actualidad (...) actualidad concierne pura y simplemente a aquel momento según el cual la cosa queda en la forma que es, justamente delante de mí (...) la unidad del hacer que las cosas queden y del quedar de las cosas" (ZUBIRI, 1992, p.335 y 338). [3]
La subjetividad, en el sentido de que el sujeto es condición indispensable para que el mundo exista, pasa a ser limitada, pues si bien es necesario que tal sujeto esté presente, lo indispensable es su relación o contacto con otra cosa, para que pueda hablarse de realidad, de mundo (ZUBIRI propone llamarle condición subjetual más que subjetiva; 1992, p.332). [4]
Los contactos fusionales entre objetos y espíritus ocurren también en el símbolo, encuentro entre una figura y un sentido, una sensibilidad y un significado.
"Durand define el símbolo en base a los siguientes caracteres: en primer lugar, el aspecto concreto (sensible, imaginado, figurado, etc.) del significante, en segundo lugar su carácter optimal: es el mejor para evocar (hacer conocer, sugerir, epifanizar, etc.) el significado. Por último, dicho significado es a su vez algo imposible de percibir (ver, imaginar, comprender, figurar, etc.) directamente" (GARAGALZA, 1990, p.50). [5]
El símbolo encarna en muchas figuras pues significa muchas cosas y si uno quiere dar cuenta de él, hay que con-tactarlo aún a riesgo de encontrarse con sorpresas desagradables. Al símbolo no queda más remedio que sentirle desde dentro, desde sus propias lógica y retórica, formas y contenidos, consistencias y paradojas. El conocimiento que desde él se elabora es más bien un saber (PAZ, 1995) y discurre en nociones más que en conceptos (MAFFESOLI, 1998). Saberes-nociones-símbolos nos remiten a lo que se conoce con el cuerpo y el alma y no sólo con el intelecto, a lo que se dice con lenguajes indirectos, metafóricos; a lo que no se dice pero se presiente. Para el saber resultan indispensables las sensaciones y los sentimientos; y lo que se sabe no quiere ni puede decirse con palabras exactas, con signos y conceptos; sino con imágenes, gestos y con palabras inexactas, es decir, con símbolos que conservan su polisemia, manteniéndose como nociones. El saber está pegado a la vida, por tanto es erótico (MAFFESOLI, 1998) y su argumentar es siempre emocionado. [6]
El símbolo es escurridizo, sólo permite que se le entrevea y se le entrediga (CADENAS, 1979), nunca que se le descifre o se le aclare, pues cuando creemos que ya lo tenemos, se trocó en otro significado, gracias a su inquietud, a su movimiento constante. Estas características lo ubican en el campo de Dionisio: deidad nocturna, danzante, extática, gozosa. Lo simbólico, como todo goce, inquieta, desordena, conmueve, cuestiona (BARTHES, 1996). [7]
Ocuparse del símbolo supone preguntarse por las figuras o formas que adopta para presentarse (siempre indirectamente) y al mismo tiempo por sus sentidos: ¿cómo se aparece? ¿qué significa, cómo se siente con los sentidos y el sentir, cómo se da cuenta el pensamiento y de qué maneras lo cuenta la palabra; cuál pensamiento y cuál palabra? Probablemente sea el pensamiento sentido (GURMÉNDEZ, 1993) y la palabra metáforica o poética (CADENAS, 1979). [8]
Todas estas nociones suponen fusiones sujeto-objeto y no la primacía de ninguno de ellos; sujeto y objeto se necesitan mutuamente para existir; uno no es sin el otro; se encuentran intrínsecamente vinculados, están hechos de la misma sustancia (FERNANDEZ-CHRISTLIEB, 1994, p.320). La sensación es la guardiana celestina de esos encuentros, pendiente siempre de juntar sujeto y objeto. Una relación fusional conlleva un conocimiento in-corporado, vital, pegado al sentir; un saber con sabor, sea dulce o amargo, pero siempre con sabor; un sujeto sensible y un objeto con-sentido. [9]
Este conocimiento saboreado o saber (saber y sabor comparten su etimología. PALACIOS, 1987) se presenta distinto del conocimiento cientifizado, pues este último es desabrido, pálido, elaborado por un sujeto chupado por el cerebro, sea éste una maraña de neuronas, o una sustancia viscosa denominada razón. En todo caso, un cerebro intelectualizado, lleno de abstracciones y categorizaciones, de generalizaciones, llámense éstas leyes o ideas; repleto de signos, es decir, de palabras exactas, inequívocas, que significan una sola cosa y nada más y por eso se pueden encadenar para hacer definiciones. [10]
Deliberadamente, como recurso retórico, vamos a forzar el espacio de la relación-fusión para dar énfasis a los objetos, lo cual no implica que nos volveremos objetivos sino objetuales, materialistas sino materistas, tal y como se precisará más adelante (ZUBIRI, 1992). Implica que optaremos por el ánima y no por el anime (aunque también el anime habla ... de insipidez). Tal énfasis forzado, deliberado, busca recobrar espacio, fuerza, dignidad para el participante históricamente relegado, despreciado (y/o temido): el objetual; quiere protestar ante la larga hipertrofia del otro participante, el sujeto. Suponemos que una relación no puede ser justa si sus participantes se ponen en contacto en desigualdad de condiciones. En fin, nos volvemos radicales y decimos con PESSOA que "las cosas son el único sentido oculto de las cosas" (1992, p.84) [11]
El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) dice que objeto significa lo que se puede percibir o captar por los sentidos y estamos de acuerdo con ello. Pero la modernidad dio su propia connotación al asunto y redujo los objetos a materiales, con lo cual se volvieron extrínsecamente distintos al sujeto, independientes y hasta opuestos a él; además se tornaron inertes, sin vida propia; por lo tanto se decretó que a los objetos no se les siente (no se les escucha, mira, aspira, toca, etc.) sino que se les posee, controla y somete. [12]
Desde el lenguaje corriente, el objeto es lo que se opone al sujeto (en el idioma alemán, cuna de la subjetividad moderna, objeto se dice Gegenstand, literalmente, lo que se coloca en contra). El verbo objetar quiere decir oponerse a un argumento o idea. Lo objetivo se ha contrapuesto a lo subjetivo en la epistemología ilustrada, de acuerdo con la cual el sujeto es el actor y centro del conocimiento, pues su razón aprehende la realidad, la explica, la vuelve inteligible, aunque dicha razón deba mantenerse apegada a lo que pauta el objeto (objetividad). Sin embargo, ese objeto que parece dominar en la relación, se mantiene pasivo, quieto, por lo que finalmente queda supeditado al escrutinio y veredicto de la razón, la cual termina engulléndolo, desapareciéndolo. Esta supeditación ha ocurrido desde hace varios siglos. [13]
3. Los objetos, seres malditos
Los objetos han sido seres malditos y por tanto despreciados desde siempre por interpretaciones oficiales del mundo: clásicas, cristianas, ilustradas, positivistas; aunque también desde siempre, han sido profundamente seductores (y quizás por ello, temidos), y su importancia ha sido resaltada por corrientes subterráneas o subversivas como el animismo o el romanticismo, de los cuales nos ocuparemos más adelante. También el sentido común mantiene la paradoja: condena los objetos, catalogando de materialista a quien se preocupa por ellos, a la vez que se entusiasma con las cosas que denotan riqueza o poder, están de moda o son sentimentalmente significativas. [14]
Platón relega los objetos al mundo de lo sensible, de lo empírico; mundo bajo, engañoso, por depender del cuerpo y los sentidos; efímero y probablemente inmoral. La belleza, la bondad y la verdad puras se encuentran en el mundo de las Ideas; mundo topográfica, semántica y moralmente más elevado. El mundo empírico está allí, no hay que esforzarse por alcanzarlo, en cambio al de las Ideas se accede tras una penosa y valorada lucha intelectual y moral. [15]
Para el Cristianismo, los objetos se dividen en sagrados y pecaminosos. Los primeros son los que sirven a Dios y entonces son intocables por los pecadores e infieles: son los objetos rituales como el cáliz, la hostia, las sotanas, incensarios y otros. Los segundos son paganos y por tanto demoníacos; entre ellos se encuentran con frecuencia objetos usados por las mujeres (seres demoníacos por naturaleza, con excepción de la Virgen María), a los cuales se "prendan" con facilidad los hombres: joyas, peinetas y encajes. [16]
Otros objetos usados por las mujeres no parecen amenazantes, ya que satisfacen necesidades permitidas como el hambre y la sed: se trata de objetos "neutros" como ollas, sartenes y platos. No obstante, tal neutralidad ha mostrado ser sólo aparente, pues esos objetos en cierto sentido aprisionan a las mujeres que están obligadas a utilizarlos a diario, con el peso que implica comprar, pelar, cortar, cocer y servir los alimentos, para pasar de inmediato a lavar residuos y grasas, sin pena ni gloria (o con más penas que glorias). La otra cara de las ollas, los sartenes y los platos, es apreciada en tiempos recientes por los chefs (dicen que las mujeres se llaman cocineras y los hombres chefs, que las primeras cocinan por deber y los segundos por placer). [17]
Del Renacimiento puede decirse a grandes (e irrespetuosos) rasgos, que, anticipando la Ilustración y en concordancia con Platón, acorrala los objetos, pues el hombre pasa a ocupar el centro del mundo, junto a su razón y sus inventos para medir todo lo que se le atraviese. Pareciera que el arte renacentista reproduce figuras humanas, hombres y mujeres, más que objetos. Y cuando se ocupa de estos últimos, se diría que lo hace bajo formas que muestran el control humano: naturalezas muertas, que consisten en cadáveres de animales comestibles, junto a frutas arrancadas de sus árboles y colocadas concientemente sobre algún mueble hecho para el hombre por el hombre, usualmente una mesa, con mantel incluido. De vez en cuando se encuentra uno con una planta, aislada, pequeñita, escuálida, al margen del cuadro (por supuesto nunca en el margen superior). Otros objetos representados son las joyas y vestidos que sirven a los hombres y mujeres que los portan. [18]
La Ilustración, personificable en Kant, envía los objetos al ámbito de la belleza artificial, al de los juicios estéticos impuros, empíricos, situacionales y relativos, elaborados por el hombre común y por el artista, quienes no buscan la belleza pura, pues ésta se encuentra en la naturaleza, obra divina. Por supuesto que los juicios estéticos, puros o impuros, son obra de la imaginación, del gusto, jamás del entendimiento, que es la facultad dedicada a buscar la verdad (BODEI, 1998). [19]
Los padres del positivismo, racionalismo y empirismo, también desvalorizan los objetos, cada uno a su manera: el primero, en concordancia con el idealismo ilustrado, subordina los objetos al entendimiento, a la razón humana, que es previa y más importante que ellos; ella los aborda, define y explica. Para Descartes, la res extensa es inmóvil y de naturaleza distinta a la res cogitans (MARÍAS, 1972). El empirismo es quizás más benévolo con los objetos, pues en el contacto de éstos con los sentidos, ocurre el conocimiento. [20]
Racionalismo y empirismo claman sin embargo por la objetividad, es decir, porque el sujeto se mantenga impávido ante los objetos, pues los objetos están allí para ser ingeridos por la razón o para reducirse a impulsos nerviosos que van desde los sentidos hasta el cerebro. Razón y sentidos se pretenden neutrales, separables de los objetos, incorruptibles por ellos. La razón explica esos objetos mediante su subordinación a ideas preconcebidas; mientras los sentidos sirven de mero instrumento transportador o vehículo de señales fisiológicas. Lo importante son las ideas y las sensaciones cuantificables y no los objetos mismos. Sin embargo, si los objetos, las sensaciones y los sentires no son importantes, si no quieren decir casi nada, ¿por qué se les rehuye, por qué se les considera fuentes de error para la razón o la percepción? [21]
El positivismo divide al mundo en ciencia y arte (entre muchas otras divisiones). Es el arte el que ha de ocuparse de los objetos con dedicación y afecto (del tipo que sea); no la ciencia. Para la ciencia el objeto es obstáculo, cosa esencialmente distinta de la subjetividad y subordinable a ella; es material (que no materia), sustancia manipulable por la voluntad humana, tome ella la forma de ciencia o de técnica. [22]
En el ámbito de la psicología, FREUD, aunque se enfrenta al positivismo por la vía de otorgar un papel protagonista al inconciente, a la no-razón, mira con mucho recelo a los objetos y advierte que una relación libidinosa con ellos se llama fetichismo, de tal manera que no debe uno apegarse a una cosa, so pena de ser tildado de psíquicamente enfermo. [23]
Otro personaje influyente hacia finales del siglo XIX y durante el XX, es MARX, quien, a su manera, también condena los objetos, particularmente a aquellos que no sean satisfactores de necesidades básicas como comer, beber, vestir, guarecerse; o de necesidades legítimas como leer para desalienarse o tomar conciencia. Los objetos meramente placenteros, que sólo proporcionan gusto, son tildados de inútiles, de burgueses. Sin embargo, podríamos decir que el darse gusto burgués es, al menos en el plano del deber-ser, mesurado, controlado, supeditado moralmente al bien común, por lo que termina siendo también útil socialmente. [24]
A los burgueses, particularmente los de la media y baja burguesía, se les acusa de ser los iniciadores del kitsch (MOLES, 1990), en su furor por acumular y mostrar sus adquisiciones materiales, las cuales, cada día más, son copias vulgares (por mal hechas y por seriadas) de lo verdaderamente artístico, que por escaso y costoso, es exclusivo de las élites. Una vez más salen mal parados los objetos, particularmente los cotidianos, los más cercanos y accesibles al común de la gente; maldición elaborada desde la perspectiva de una estética especializada, argumentada (por los artistas y sobre todo, por los críticos de arte). [25]
La posmodernidad como cuestionamiento de la visión moderna y de sus promesas científico-técnicas, también arremete contra el objeto, acusándolo de haber colocado a los hombres y las sociedades bajo su tiranía: todo objeto es visto como objeto mercantilizado, comercial, con valor económico directo o indirecto. Los sujetos estarían, no seducidos por su valor simbólico, sensible y diverso, rico y complejo, sino obsesionados por su valor de cambio: estatus, poder; por lo que su posesión les permite comprar. El objeto se ha transformado en objeto-poseedor (BAUDRILLARD, 1998) y al mismo tiempo se ha transfigurado en cosa, pues se consume y se desecha rápidamente, a la misma velocidad que ha adoptado la vida en general; en conclusión, se ha constituido en una poderosa amenaza de la subjetividad. [26]
4. Los objetos, no tan malditos
"La atención, en su sentido más puro, no divide el mundo en objetos dignos y objetos indignos; todos, absolutamente todos, tienen la nobleza suprema, la de ser reales, la dignidad de existir" (CADENAS, 1979, p.85).
La consideración de los objetos, el reconocimiento y hasta la fascinación por la materia, se ha mantenido en tensión con su condena y arrinconamiento; tensión que ha visto privilegiada, al menos pública y oficialmente, la segunda tendencia. Ahora nos ocupamos de las corrientes que pudiésemos llamar objetuales; corrientes subterráneas, inconfesadas; siempre misteriosas y seductoras. [27]
El animismo, visión presocrática del mundo, afirma que los objetos tienen alma; es la idea de materia (KREBS, 1997) con vida propia, a la que se presta atención, se escucha y hasta se consulta; idea claramente contraria a la de material. El mundo se vive como animado, encantado: los bosques susurran, sollozan; entre los árboles se ven ojos encendidos y siga usted contando: hadas, gnomos y dragones; espíritus benignos y malignos a idolatrar con monumentos y plegarias, o a combatir con espadas y amuletos. Por este lado del mundo habitan también espíritus benéficos y maléficos a los cuales se venera y teme; esos espíritus andan sueltos por doquier y se posan en el sol, la luna, las estrellas, los cocuyos, los árboles, frutas y flores, doncellas, altares y piedras de sacrificio. [28]
Durante siglos, la lucha contra el animismo ha sido encargada (con poco éxito, por cierto) a guerreros poderosos como los sacerdotes cristianos y los científicos, cada uno con sus correspondientes armas: sermones, quemas e infiernos, con la fe como escudo; o bien teorías y experimentos, con la verdad por delante. Dios es uno solo y es puro espíritu, no tiene cuerpo ni cara; es intangible y condena cualquier apego que no sea a él mismo; las cosas (incluyendo los hombres) no tienen vida propia sino la otorgada por su gracia. Los científicos, por su parte, van tras el conocimiento verdadero, alcanzable sólo por los caminos del método científico, válido para todo momento y lugar, con lo cual terminan haciendo lo que condenaron: sacralizando al mundo, pues la ciencia se vuelve omnipresente, incuestionable y todopoderosa (MIRES, 1996). [29]
El poco éxito de tanta guerra puede observarse en variadas figuras o formas: la decisión de la iglesia católica de colocar santos en las iglesias, repartir escapularios y medallitas, y hasta encargar representaciones de Dios como un "viejito con barba", como recursos para volver más concreta la relación con lo divino ante las amenazas de perder feligreses (HAUSER, 1967); la fascinación de los ingleses comunes y corrientes por los fantasmas (a pesar de los empiristas); el vudú caribeño, o los talismanes de la nueva era: flores de Bach (también un inglés), gemas, aromas y astrologías. Por cierto, y no por casualidad, si uno va al diccionario a buscar sinónimos de la palabra talismán, aparecen, además de amuleto, todas las palabras que hemos estado reivindicando aquí: imagen, objeto, figura, fetiche. [30]
Casi olvidamos anotar que un objeto como el espejo ha jugado un papel fundamental en la constitución del sujeto: gracias a él las personas pudieron mirarse a sus anchas y largas, detenidamente; se encontraron frente a sí mismas, se observaron desde fuera de sí;se volvieron sujetos. La subjetivización del mundo fue extendiéndose a medida que los espejos se volvían más accesibles en tamaño y precio, mientras se perfeccionaba su modo de fabricación para reflejar con mayor realismo al individuo, quien hasta ese momento contaba exclusivamente con los ojos de los demás y con el agua para mirar su propia imagen (ARIÉS y DUBY, 1991). Por no hablar de la contribución del cuarto de baño y sus enseres, a la conformación de la sensación de intimidad. [31]
Volviendo a los amuletos, incluso los sujetos más modernos aún no se han desprendido de ellos; sólo les han cambiado la figura: carros, joyas, acciones en la bolsa, cuerpos perfectos, caras plastificadas por los cirujanos, votos, celulares, etcétera, conjuran los considerados maleficios de la época: la soledad, el fracaso económico, la discreción y la naturalidad. Y hay más: ¿no son también objetos sagrados, de culto, los aparatos ascéticos (antes mecánicos, ahora electrónicos) de los científicos, ingenieros, y hasta del hombre común: microscopios, tomógrafos, computadoras, visto que a ellos se atribuye la verdad última, la decisiva?, ¿algún parecido con Dios? [32]
El cuidado por el objeto es ejercido por posturas que han criticado el lado ilustrado y positivista de la modernidad, como es el caso del romanticismo; desde esta perspectiva, ocurre lo que algunos han llamado la estetización del mundo (MERCHÁN-FIZ, 1989), ya que este último, incluyendo al hombre, es considerado una obra de arte inspirada por la naturaleza (no por el Dios de la iglesia convencional ni por la ciencia), fuente de vitalidad, energía y creación, gracias a la no-razón, al instinto y la intuición, a la sensación y la emoción (BERLIN, 2000; PAZ, 1974). El arte y la literatura son los llamados a crear realidades, por lo que pasan a ser altamente valorados los objetos de arte y las obras literarias, inventadas tanto por genios inspirados como por hombres comunes y sencillos que han construido tradiciones o mitos. Los objetos del presente, cotidianos, los de todos los días, ocupan un lugar secundario, y fueron reivindicados por ciertas formas tardías y en cierta forma disidentes del romanticismo, como el simbolismo y el modernismo. [33]
Los modernistas, en arquitectura, pintura o poesía, terminando el siglo XIX y comenzando el XX, se detienen y fascinan ante los objetos: GAUDÍ diseña y construye casas, edificios y parques con formas y colores de animales y vegetales sólitos e insólitos, con líneas sinuosas, en estructuras que un ojo renacentista daría por derrumbables ante una pizca de viento. HUNDERTWASSER pinta casas y lienzos con sueños de colores encendidos, espirales infinitas y cúpulas bizantinas; BAUDELAIRE se dedica a hacer sus "pequeños poemas en prosa", y otros poetas, latinoamericanos, hacen "versos sencillos" (MARTÍ) y "odas elementales" (NERUDA), de tal manera que salen a relucir, literalmente hablando, cebollas, panes, tarros de flores, muebles y retratos, entre otros. [34]
En el siglo XX, la Bauhaus, aun en su racionalidad calculada, puede considerase expresión de un cuidado por lo objetual, desde su funcionalidad: la utilidad no está reñida con el diseño; las cosas útiles pueden ser bellas también; la belleza no es exclusiva de las obras de arte por el arte, hechas por y para la contemplación desinteresada. Contra la contemplación desinteresada, a su manera particular, también reacciona el surrealismo: se afirma que lo bello es útil para dar placer, gusto, siendo sus formas más intensas las del desagrado y el horror; y que el gusto, juicio automático, no está reñido necesariamente con el entendimiento (PALAZÓN, 1991). [35]
Otra actitud proclive a los objetos se encuentra en algunas filosofías de estos días, como la de ZUBIRI (1992), para quien la belleza no es exclusivamente un juicio de un sujeto o juicio del gusto (subjetivo, de acuerdo con el idealismo) sino una manera de actualizarse (encontrarse, presentarse, acomodarse tónicamente) una realidad y un sentimiento. El sentimiento no es tal sino se actualiza a una realidad bella; a su vez, la belleza (o la fealdad) no llegan a ser tales sino se acomodan a un sentimiento. Esas maneras de actualizarse, de acomodarse realidad y sentimiento, ocurren siempre en materialidades, en obras (que no en materiales):
"Ninguna cosa bella, por trascendentemente bella que sea, está exenta de esta condición de estar 'fundada' de alguna manera, en la actualidad que confiere la materia (...) sin ella sería intrínseca y formalmente imposible (...) Esto no es materialismo, el materialismo consiste en la idea de que todas las realidades son formal y exclusivamente estructuras materiales (...) esto es 'materismo' (...) actualidad somática (...)" (p.376-377; comillas en el original). [36]
Estas trayectorias sufridas por los objetos, sinuosas y cruzadas, públicas y privadas, confesadas y escondidas, evocan varias preguntas:
La maldición del objeto ¿corre pareja a la desvalorización de la estética como perspectiva de conocimiento y de existencia humana?
Recobrar el honor de los objetos ¿implica recobrar el honor de la figura, de la imagen, de la sensibilidad primaria, no argumentable?
¿Será que hemos sobrehumanizado o hipersubjetivizado al mundo, creando y alimentado un yo que impone pensamiento y voluntad y que no se expone, no se deja atravesar por las sensaciones y los afectos; un yo que no se permite ser arrasado por el contacto? (CADENAS, 1979)
Si hemos sub- o des-objetivado al mundo ¿no le habremos restado unidad, realidad, encanto?
¿Es la intersubjetividad un proceso sólo aplicable a la relación entre sujetos, o también entre sujetos y objetos, visto que las personas afectan a las cosas y las cosas afectan a las personas y también que las personas se afectan entre sí mediante objetos? (una pareja que no se soporta se lanza objetos, y frases, duros y cortantes) [37]
6. Entonces, ¿cómo sería una ciencia social objetual, sensible, figurativa, primaria?
En lo epistemológico, daría un lugar importante al objeto y sus allegados: la imagen, la figura, la sensación, el sentimiento; supondría conocer con objetos, no contra ellos y no exclusivamente entre sujetos. El sujeto se permitiría ser permeable, entregado, abierto, plástico, y contemplaría con actitudes y sensibilidades que posibilitarían un conocimiento hecho no sólo de intelecto o cerebro, sino también del resto del cuerpo y de ese algo o "no sé qué" que se ha llamado alma o aliento o aire, que está en todas partes, incluyendo a los objetos-materia. Tal conocimiento sería, tal y como se señalaba en páginas anteriores, un conocimiento saboreado, o un saber. [38]
No se trata de si ejercer o no la subjetividad (para ZUBIRI, lo subjetivo implica conceder al sujeto la exclusividad en la creación de conocimiento), sino de practicar lo subjetual: con-el-objeto, siendo-uno-con-él, con la sensibilidad y el sentimiento y no sólo con el concepto y la voluntad. Tampoco se trata de una correspondencia entre objeto y signo, sino exaltación de la figura en lo simbólico, pues el símbolo es unidad de figura y sentido en una relación alusiva y elusiva; es concreción indirecta de significados. [39]
Implica la posibilidad de no determinar, verificar, ni concluir, sino de atender, escuchar, tocar o simplemente, callar. Sería casi como volverse autista, insensible a tanto argumento, explicación, palabrería, instrucciones y tareas, al tiempo que se siente fascinación (que puede doler) por una melodía, un color, una galleta, una boca; o simplemente por el silencio. [40]
Supone un teorizar comprensivo mas que explicativo, un dar cuenta con simpatía, en un lenguaje apegado a la vida (erótico, en el sentido más estricto del término), a la sensibilidad con lo que ella tenga de hermosa u horrorosa, buena o mala, concordante o conflictiva. Utilizaría un lenguaje más cercano a los objetos, a la imagen, es decir, metafórico, porque los objetos también son metáforas del sentir: darte una cajita puede querer decir algo similar a darte una sonrisa, y la cajita y la sonrisa te agradecen tanto o mejor que la palabra "gracias". El mismo GARFINKEL, experto en lenguaje y en signos, sostiene que detrás de los signos siempre está el mundo de la vida, de los objetos y las emociones, de lo inefable (COLLINS, 1996). [41]
Pero ¿terminaremos haciendo más poesía o música que ciencia? No parece que los científicos sociales tengamos esas capacidades y sensibilidades tan aguzadas como los poetas y los músicos, quienes saben cómo mantener vivas las palabras y los sonidos, pero quizás nos pareceríamos más a ellos que a los científicos "duros", e incluso recobraríamos el significado original de "ciencia", el cual alude al saber, a la conciencia, y no exclusivamente al esquema que dibujó Augusto COMTE. [42]
Haríamos hermenéutica pues transitaríamos entre símbolos, con todo lo que hemos venido diciendo que ello significa. No haríamos semiótica, pues no partiríamos de una correspondencia exacta, económica y previsible entre objeto y signo; tampoco análisis discursivo, ya que no nos detendríamos exclusivamente en el encadenamiento de signos-palabras entre sí, ejercitando únicamente el intelecto y dando cabida a un solo sentimiento, el de la desconfianza (ante el poder del poder). [43]
Metodológicamente, suponiendo que método significa "modo de decir o de hacer" (DRAE), rescatar los objetos lleva a ocuparnos y preocuparnos por ellos y sus parientes: las imágenes, las sensaciones, los espacios; y por sus múltiples formas: gestos, sueños, obras de arte, objetos cotidianos; objetos con posibilidades propias, con permiso para participar abiertamente en la vida de los sujetos, prestando así atención a un aspecto frecuentemente soslayado y hasta despreciado por la ciencia social tradicional, quizás demasiado ocupada en lo lingüístico, en el signo verbal, en la deconstrucción discursiva. Lleva a practicar una ciencia social erótica (MAFFESOLI, 1998), que entra en la lógica interna de las cosas, que aspira su aroma (GARAGALZA, 1990) que se detiene en colores, contornos y entornos (relaciones de los objetos entre sí). [44]
Sería un quehacer que no sólo invita a hablar con palabras sino con gestos y objetos, y entonces, además de escuchar palabras, escucharía música; además de audio grabar frases y enunciados, se dedicaría a fotografiar, filmar, tocar, saborear y oler; a conversar más que a informar. [45]
Haríamos simposia en el sentido original de la palabra: encuentro para conversar y beber, y banquetes, encuentro para comer y discutir. No separaríamos la discusión de la bebida y la comida, ni el placer del entendimiento. Gozaríamos, es decir, nos angustiaríamos y entraríamos en conflicto con los otros; las peleas y risas cuerpo a cuerpo en los cafés, serían entonces más frecuentes que los chismes de pasillo académico, donde siempre falta uno de los contrincantes. [46]
En lo ético, entrañaría una posibilidad de relacionarse con el otro desde una necesidad de él, desde un rozarse con el diferente, en planos horizontales y formas incorporadas, incluyentes; pues, si soy capaz de prestar atención al desvalido o al poderosísimo objeto, a su presencia muda que grita y susurra, al placer y al goce que el contacto con él supone, a lo vital de ese contacto en el sentido de constituirse condición de vida (condición que no excluye la ensoñación pero sí la anestesia de un cadáver, aún insepulto quizás), probablemente nos llegaríamos a vincular de maneras similares con otra-persona, sea para conciliar o para conflictuar, pero siempre materialmente atentos a, e interesados en, ella; con la misma fuerza con que sentimos, por ejemplo, el peso del cansancio cuando nos declaramos materialmente agotados. [47]
Aries, Philippe & Duby, Georges (1991). Historia de la vida privada, Tomo 8. Barcelona: Taurus.
Barthes, Roland (1996). El placer del texto y lección inaugural. Barcelona: Siglo XXI.
Baudrillard, Jean (1998). La ilusión y la desilusión estéticas. Caracas: Monteavila y Fundación Mendoza.
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Marisela HERNÁNDEZ: maestra en psicología social, profesora titular, investigadora en el área de cultura cotidiana y estética cotidiana
Contacto:
Marisela Hernández
Departamento de Ciencia y Tecnología del Comportamiento
Universidad Simón Bolívar
Caracas 1081, Venezuela
E-mail: mhernand@usb.ve
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